La memoria económica que acompaña a la reforma laboral no deja lugar a
dudas sobre la filosofía que la inspira. El Gobierno admite que abaratar
y facilitar el despido es un “objetivo esencial” de la nueva normativa,
pero además apuesta por romper la eternamente criticada “dualidad” del
mercado laboral español, empleo indefinido altamente protegido y empleo
temporal totalmente precario, favoreciendo precisamente lo segundo: la
precariedad. El texto no llega a estampar la ofensiva tontería que hace
poco soltó el tecnócrata italiano Mario Monti (“el trabajo indefinido es
un aburrimiento”), pero tampoco oculta una coincidencia ideológica
esencial: “al ser el riesgo de despido muy reducido, se desincentiva el
esfuerzo”. Así que el Gobierno confía en la eficacia del miedo al
despido como elemento dinamizador del mercado de trabajo. Todos los
mandamientos teóricos a favor de incrementar la productividad y la
competitividad confluyen en un solo objetivo real: la devaluación
salarial. Sostiene la ministra Fátima Báñez que esta reforma es
“equilibrada”, lo cual es como decir que el Sol gira alrededor de la
Tierra. El decretazo otorga al empresario un poder casi despótico,
confirmado por las mal disimuladas risas que se escuchan en la cúpula de
la CEOE. Se copian algunas recetas alemanas, pero sólo las que
perjudican al trabajador y no las que impulsan políticas activas de
empleo o controlan posibles abusos en los despidos colectivos. Sí, esta
reforma da miedo.
Opinión, por Jesús Maraña, en Público
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