viernes, 6 de agosto de 2010

Mis batallitas desde el taller*


Mayo de 1984, es mi comienzo en el taller de preimpresión de MARCA. Marca, que hasta esa fecha era propiedad de los Medios de Comunicación del Estado, sale a subasta y lo compra una empresa privada, Punto Editorial, propietarios a su vez de Telva y Actualidad Económica; compran la cabecera y maquinaria, pues al ser el edificio propiedad del Estado, les dan un plazo de dos años para desalojar las instalaciones; y el personal, al ser funcionarios del Estado, se ven en la necesidad de contratar personal para todo el periódico, la forma de contactar con lo que va ser la plantilla es: el que conocía a alguien del oficio lo decía y le llamaban, así fuimos entrando los primeros y el sistema siguió funcionando hasta que se completó la plantilla, llamándonos unos a otros. Me encuentro con un equipo de gente joven y alegre, allí estaban Cañón, Pedrito, Luisito “el Pendientes”, “el Hermano” Julián, “el Maestro” Carlos, Antonio Añares, Pepe, Rafita, Edu “el Niño”, “el Ingeniero”, “el Soso”, “Chamade”, Goyo, Ángel el Motorista”, Miguel Mira el Putaditas”, etc., etc.

En seguida se puso de manifiesto un pique sano, entre taller y redacción. El taller lo considerábamos el principal puntal del periódico y ejercíamos como tal, por eso cuando llegaba Belarmo con los “pitufitos” (hoy becarios) y con su vozarrón les decía: “Aquí es donde se empieza el oficio, manchándose las manos”, le vitoreábamos y aplaudíamos y siempre había alguno que le daba una caja con restos de tóner de la fotocopiadora, para que se las mancharan.

Cuando venían al taller tenían que tener cuidado, por que las “putadillas” eran el pan nuestro: como cuando “el Putaditas” le echó purgante al botijo y tuvieron una noche coreana todos los que bebieron de él. La culpa se la llevó “Cipri”, que por entonces hacía bocadillos y ese día había traído boquerones en vinagre.

O cuando se le hizo un agujero al botijo debajo del pitorro, fue a beber el mismísimo Luis Infante (por aquel entonces, el más temido, y además director del periódico), se puso la corbata de seda perdida de agua y cogió un monumental cabreo.

También hacíamos a los nuevos (y no tan nuevos) “la foto de enviado especial”. Teníamos una cámara para reproducir originales horizontal y bastante grande, a la “víctima” le poníamos en la parte del porta-originales sentado en una banqueta y uno de nosotros detrás de el con las manos llenas de tóner negro, el fotógrafo le iba diciendo: “súbele la barbilla, échale la frente para atrás, gírale la cabeza hacia un lado, no tanto no, hacia el otro”, y así poco a poco se le iba poniendo la cara negra, entonces se encendían los focos de la cámara y le teníamos un buen rato así, sin moverse hasta que le caían los chorretones de sudor.

Otra era ir a por la “jota de dos puntos”, estaba toda la tarde dando vueltas de un lado para otro con una caja con un peso considerable, siempre a quien se la llevaba le mandaba a otro lugar.

Por cierto alguno todavía estará buscandola ¿no, Txetxu Ugalde?.

Y tantas y tantas "putadillas" como se hacían, como la de echar tóner negro en los secadores de las manos del servicio de las chicas. Pues, con todo, nadie se cabreaba y todos nos llevabámos bien, mejor que ahora, que lo que parece es "la oficina siniestra".

Cuando se cerraba el periódico se acababan los “piques” y nos reuníamos todos alrededor de la mesa de Belarmo para escucharle contar historietas, y hasta a Jesús Ramos (subdirector, por aquél entonces), se quedaba con la boca abierta.

Como dijo Paco Molina en una columna rememorando: “Eran otros tiempos”.

* Taller de Preimpresión de MARCA de mayo 1984 a noviembre 2007.

martes, 3 de agosto de 2010

UN MISMO OFICIO, TRES DENOMINACIONES, CON DISTINTAS HERRAMIENTAS


INTRODUCCIÓN

Tengo tras de mí toda una vida laboral (43 años) dedicadas a la industria gráfica, más de la mitad de ellos en publicaciones diarias, y la otra mitad en publicaciones de todo tipo, creo que alguna vivencia personal tengo, para contar sobre el mundillo que rodea a la Sociedad de la Información. Pero me centraré, más que nada, en los cada vez más rápidos cambios técnicos, con la constante adaptación a los nuevos modelos técnicos y de producción, que son los que me han tocado vivir durante todos estos años en la industria editorial.

Intentaré hacer de la mejor manera posible, una historia de esta evolución vivida por mi en el cambiante mundo de la impresión editorial..

Comencé allá por el año 1965, en una imprenta en la calle Humilladero, en el castizo barrio de la Latina. El comienzo fue de aprendiz de primer año, enseguida ascendí a aprendiz de segundo año, y me pusieron en las cajas con lo cual comencé el oficio de cajista.

EL CAJISTA

Cajista (también denominado cajista tipógrafo o simplemente tipógrafo), oficial de imprenta cuyo cometido era componer los moldes que se han de imprimir.

El oficio de cajista se remonta a los inicios de la imprenta. Los cajistas, como transcriptores de sermones, podían trabajar en festivo, algo no reservado a los impresores. Los cajistas fueron siempre considerados personas cultas, pues requerían una buena formación gramatical y técnica. Algunos políticos y sindicalistas destacados, como el español Pablo Iglesias, se formaron en los talleres de cajas de las imprentas.

Esta profesión evolucionó con el tiempo, conforme lo fueron haciendo las técnicas tipográficas. Los primeros cajistas se dedicaban básicamente a componer líneas de texto para periódicos y libros. Posteriormente se especializaron en la remendería, que consistía en llevar a cabo trabajos de composición compleja (es decir, trabajos comerciales y de fantasía). Finalmente, su función principal fue la de ajustador o compaginador.

Los encargados de componer las líneas de texto eran los cajistas. Hasta la llegada de la linotipia (principios del siglo XX en algunos periódicos nacionales y de Barcelona) todos los textos publicados en los periódicos se componían a mano.

La labor del cajista era ardua y además exigía dotes de adivino descifrador. Muchas veces las noticias se entregaban en cuartillas escritas a pluma, que el cajista debía leer para, acto seguido, preparar las líneas de texto en un componedor. El componedor era una regleta con una guía sobre la que se colocaban los tipos (las letras). Las tipografías se guardaban en unos muebles llamados chibaletes. Así, por ejemplo, la correspondiente a una Times New Roman de 9 puntos ocupaba un cajón; la de 8 puntos, otro, y así sucesivamente en función de los cuerpos y de la familia de las letras.

La distribución en esos cajones no se deja, por supuesto, al azar. En el centro se sitúa la letra ‘e’, la más utilizada en el idioma español. El cajón se dividía en cuatro cuadrantes siguiendo una lógica. En los dos de abajo estaban las minúsculas, junto a los cuatro tipos de espacios, que servían para justificar las líneas: cuadratines, medios (la mitad del anterior), medianos (tercera parte del cuadratín), finos (cuarta parte) y de pelo. Es decir, si la tipografía era de ocho puntos, un cuadratín tendría ocho puntos, un medio, 4; y uno de pelo, 1.

Arte y paciencia

El trabajo era laborioso. Si, por una indicación del redactor, se debía introducir en medio de un texto en redonda una palabra en cursiva había que cerrar el cajón, abrir el correspondiente a las bastardillas o cursivas y colocar la palabra letra a letra, para después regresar al cajón inicial.

Además, una vez terminada la labor y la impresión, había que devolver los tipos a su lugar en los cajones, tras pasar previamente la bruza para eliminar los restos de tinta.

La imagen del cajista, ataviado con un blusón que se ceñía en cuello y puños, era clásica.

LAS LINOTIPIAS

El funcionamiento de las linotipias difiere en un elemento crucial de la composición con tipos móviles. Los cajistas creaban las líneas de composición escogiendo uno por uno los caracteres. Las linotipias funcionan con matrices. Una especie de moldes sobre los que se vertía plomo fundido, que una vez frío formaba la línea. El proceso era el siguiente. El redactor escribía el texto y el titular, que pasaban al regente. Este, a su vez, distribuía el texto a los linotipistas con una referencia anotada, la misma que figuraba en el titular, que pasaba al cajista. La máquina estaba preparada tan solo para imprimir cuerpos pequeños, por lo que los titulares se componen con tipos móviles, hasta casi la entrada de la informática. Esto daba lugar a algunos problemas en diarios más modestos, que no tenían muchos medios como, y muchas veces, al hacer un titular, faltaban tipos. A lo mejor querías titular ‘Ocho victorias consecutivas’, y te decía el cajista “pon el ‘ocho’ con número que no hay más que tres ‘oes’”.

La única limitación era la del cuerpo, aunque en los últimos años, ya había una linotipia que permitía confeccionar titulares de hasta un cuerpo 32. Además, tenía la limitación del ancho. No podían hacerse a más de dos columnas. En caso contrario, había que hacer una pequeña trampa, “componerlo de dos veces”. Esto daba lugar a que el justificado del titular fuera más amplio en un lado que en el otro.

El avance, sin embargo, fue espectacular. La linotipia llevaba adosado un almacén en el que se guardaban las matrices. Noventa caracteres, que se distribuían por el teclado en tres zonas de la misma forma en que lo hacían en los chibaletes de los cajistas. A la izquierda, la ‘caja baja’, las minúsculas; a la derecha, la ‘caja alta’, mayúsculas, y en el centro, los signos de puntuación y otros.

Las matrices tenían unas guías diferentes en función del carácter que representaban. Y además, igual que sucede con las máquinas de escribir antiguas, había una palanca que permitía escoger entre dos tipos de letra, negrita y redonda, o cursiva y redonda. Una estaba situada encima de la otra. Conforme se tecleaba, las matrices se ordenaban en el componedor. Una vez completa la línea, se rellenaban con el plomo que derretía un crisol. El metal fundido estaba compuesto de una aleación de plomo (sobre el 80%), antimonio (15%), que servía para dar dureza al ojo de la letra, y estaño (5%). Una vez enfriado, lo que sucedía en pocos segundos, la línea de plomo caía al galerín, donde se iba formando una columna de texto. Después, las matrices volvían al almacén gracias a un sinfín. Las mismas guías que permitían su caída al ser tecleadas valían para que se volvieran a colocar en su sitio.

LA FOTOCOMPOSICIÓN

Cuando estaba haciendo el Servicio Militar en el año 1971 y teniendo todas las tardes libres, un compañero del cuartel me preguntó que si quería ir por las tardes a hacer unas horas a una “fotocomposición”, Yo no tenía ni idea de lo que era eso, a lo que me contestó, “tu eres cajista ¿no?, pues entonces no te preocupes, que es hacer lo mismo, montar páginas solo que en vez de hacerlo en plomo, se hace en película de acetato”. Así comencé a trabajar de montador de fotocomposición. En esta época pasé por varios talleres de fotocomposición, haciendo todo tipo de publicaciones, desde revistas con diferente periodicidad, pasando por el Abreviado de Espasa Calpe, al Aranzadi y a todo tipo de impresos.

Qué es

La fotocomposición es una técnica que permite componer páginas a partir de matrices fotográficas o negativos de letras para producir cintas fotográficas compuestas por la acción mecánica.

La fotocomponedora

Los fotocomponedores usaban una máquina llamada ‘fotocomponedora’, que proyectaba una luz rápidamente a través de una película negativa de caracteres individuales en una fuente, a través de lentes que ampliaba y reducían el tamaño del carácter en una película, que después se reunirían en un recipiente que no dejaba entrar luz. La película entonces se introducía en un procesador, una máquina que tiraba de la película a través de dos o tres baños de productos químicos, de donde salían listos para el ‘paste up’.

Evolución histórica

Los dos grandes procedimientos: el offset y el huecograbado, estaban obligados a pedir sus textos a la tipografía. Esta servidumbre, que frenaba su desarrollo, impulsó las investigaciones destinadas a componer mediante fotografías de las letras, lo que da como resultado el nacimiento de la fotocomposición.

Los primeros experimentos en el uso de los medios fotográficos se remontan a algo más de un siglo, siendo las primeras patentes concedidas, la de E. Porzsolt en 1894 y la de William Freise-Green.

Primera generación

En los años 40 ya se habían construido los primeros prototipos de fotocomponedoras. Las matrices de moldeado de los caracteres son sustituidos por matrices fotográficas, y el dispositivo de fundición, por una máquina fotográfica, entre las que están la Linofilm, la Fotosetter o la Monophoto.

En los años 50 comienza la comercialización de la máquina de fotocomposición.

Segunda generación

(fotocomposición óptico-mecánica, fotocomposición de exposición con proyección)

Con la llegada y los avances de la electrónica se introducen mejoras, como la velocidad con la que se componen los caracteres, llegándose así a la segunda generación.

René Higonnet y Louis Moyoud establecieron la captación de los caracteres estroboscópicamente a partir de los destellos que atravesaban un disco fotomatriz en continuo movimiento de rotación. En Estados Unidos perfeccionaron y materializaron su invento, con la producción, en 1956, del modelo Photon 200, el cual se comercializó en Europa con el nombre de Lumitype. Más tarde aparecerieron otras máquinas basadas en los mismos principios, como la Compugraphic, Varityper e Itek.

Tercera generación

(fotocomposición CRT o de tubos de rayos catódicos, regida par puntos luminosos)

En el año 1965 se introducen los tubos de rayos catódicos como fuente de iluminación, así como el dimensionalismo electrónico y no óptico. Mientras, las fuentes se digitalizan.

El Linotron 505 de 1967, inventado por Ronald McIntosh y Peter Purdy, fue el primero de esos aparatos que tuvo un gran impacto.

Cuarta generación

(composición con matriz electrónica)

Se trata de la utilización de tubo de rayos catódicos o de láser, los cuales están cada día más difundidos. En ella, no existe una matriz, sino que es el rayo de luz el que, oportunamente guiado, produce el diseño del carácter sobre la película o el papel a impresionar.

Década de los noventa

Según Giorgio Fioravanti, la fotocomposición asumió gran importancia en la renovación de las técnicas de composición, hasta el punto de modificar radicalmente la organización del proceso productivo en las Artes Gráficas.

La fotocomposición hoy

La fotocomposición dio lugar a un acercamiento al sistema digital por medio del ordenador, de manera que comenzaron a utilizarse monitores para componer los tipos. En principio, este método fue muy apreciado por los profesionales, ya que marcaron el cambio del plomo a la era digital. Sin embargo, estos sistemas se volvieron obsoletos por tres razones que mencionan José Luis Montesinos y Montse Hurtana en Manual de tipografía:

No permitían ver en pantalla lo que se iba a obtener por el dispositivo de salida -impresora o filmadora-, lo que obligaba a forzar la imaginación interpretando el complejo conjunto de parámetros y códigos de composición;

Eran sistemas cerrados, sólo se podía intercambiar información con equipos de la misma marca;

No servían para la integración del texto y de la imagen.

La forma actual de fotocomposición electrónica está presente en LaTeX, los procesadores de texto y las impresiones láser. LaTex es un lenguaje de marcado y preparación de documentos creado en 1984 con la intención de facilitar el uso del lenguaje de composición tipográfica creado por Donald Knuth. Es muy utilizado para la composición de artículos académicos, tesis y libros técnicos. LaTeX es software libre bajo licencia LPPL.

CONCLUSIONES

En el año 1982, comencé a trabajar en “Diario 16”, como montador de fotocomposición, los fines de semana. En mayo de 1984, al salir a subasta el diario MARCA (propiedad de los entonces Medios de Comunicación del Estado) y comprarlo Punto Editorial, cuyos principales accionistas y hombres fuertes de la empresa son tres periodistas: J.M. García-Hoz, A. Juan Kindelán y Juan Pablo de Villanueva, y al no tener personal tienen que contratarlo, me llaman para ver si me interesa trabajar en la sección de preimpresión (fotocomposición). Allí me quedaré hasta el 30 de noviembre de 2007, en el que debido a la fusión con Unidad Editorial nos invitan a salir de la empresa, a 180 trabajadores de todas las áreas del Grupo Recoletos.

Asistí y colaboré al nacimiento del color en el diario MARCA, fue poco a poco, pues Jesús Ramos, el entonces director decía: “al lector hay que acostumbrarlo, poco a poco, a cualquier cambio”, de vez en cuando se metía una foto en color por aquí, otra allí, un fondo en color por otro lado, o un gráfico en otra página y así poco a poco llegamos a que todas las páginas fueran a todo color. Otro nacimiento en el que colaboré, fue en el del diario de información económica EXPANSIÓN, así como en el de Diario Médico.

Un cambio tecnológico importante fue la “Multiimpresión”, se crearon plantas de impresión además de la que había en Pinto, en Sevilla, Valencia, Tenerife, y Lugo, además se contrataron otras en Manresa, Mallorca y Bilbao. Todas las ediciones se centralizaban en la redacción de Madrid, desde aquí se enviaba a cada centro impresor su edición o ediciones, por ejemplo a Pinto se enviaban por lo general tres ediciones mínimo, a Sevilla igual, a Valencia al menos dos, y lo mismo a Lugo y Bilbao, Manresa y Mallorca lo normal es que recibieran una edición.

Esto permitía que en toda España estuviera tanto Marca como Expansión a primera hora de la mañana. Y que por ejemplo en Andalucía fueran diferentes las ediciones de Málaga, o las dos de Sevilla y lo mismo ocurría en Valencia, en Euskadi o Galicia.

Al principio se transmitían las planchas vía “PAGEFAX”, que consistía en una máquina que leía la plancha con un láser, y la transmitía vía satélite al centro que estuviera direccionada. Más tarde, con la llegada a España del cable de fibra óptica, desde el mismo ordenador se transmitían todas las planchas, lo que se ganó mucho en rapidez.

El Grupo Recoletos nace en 1992. Su fundación está ligada a los nombres de tres periodistas J.M. García-Hoz, A. Juan Kindelán y Juan Pablo de Villanueva, quienes en 1977 crearon Punto Editorial, en 1988 el grupo Pearson se convirtió en uno de sus principales socios. Actualmente, el grupo está en manos de Unidad Editorial, propietaria también del diario El Mundo, que a su vez está controlada, en un 96%, por la empresa italiana RCS MediaGroup.

En 1992 se fusionó con las editoras de Marca, Expansión, Actualidad Económica y Diario Médico creándose de esta forma el grupo Recoletos. En diciembre de 2004, Pearson dejó el holding con un 79% debido a la pérdida de lectores de Expansión y la futura aparición de 20 Negocios (periódico económico gratuito), unido a las diferencias en la misma editorial ya que el periódico Expansión se alejaba cada vez más de la línea del Financial Times (propiedad de Pearson).

En 2000, Recoletos sale a bolsa a 12 euros por acción, tras la venta del 20% de su principal accionista Pearson. En 2005, un grupo de directivos junto a los fondos de capital riesgo Providence y Mercapital, compró la compañía a 7,2 euros, un 40% por debajo de su colocación bursátil 5 años antes. Así, Recoletos es la segunda peor OPV de la historia en la bolsa española por detrás de la de Terra, que también cotizó por primera vez y fue excluida en el mismo periodo 2000-2005.

En febrero de 2007, RCS MediaGroup anunciaba la adquisición del Grupo Recoletos por 1.100 millones de euros.

Publicaciones: Diarios: Marca, Expansión, Diario Económico (Lisboa), Diario Información (Santiago de Chile), Diario Médico.

Radios: Radio Marca.

En la actualidad

Debido a que soy diabético, comencé a colaborar con la Asociación de Diabéticos de Getafe, de la que actualmente soy vocal de la Junta y me encargo de la revista que editamos trimestralmente. Me encargo de buscar y seleccionar fotos y textos, así como su posterior diseño, maquetación y montaje.

De esta forma, es como he vivido la transformación de un oficio, que ha pasado por distintas denominaciones y cada una de ellas con diferentes herramientas: El cajista, con el componedor y las pinzas, el montador de fotocomposición, con una regla metálica y un Cutter, y en la actualidad el maquetista o diseñador gráfico, con un ordenador.

“PERO AL FIN Y AL CABO, SE SIGUE HACIENDO LO MISMO, EDICIONES EDITORIALES, PARA EL CONSUMO DE LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN”.

FUENTES

wikipedia.org

scribd.com

blog.jenson.com.mx

lunes, 2 de agosto de 2010

COMO APRENDÍ A LEER Y A ESCRIBIR


INTRODUCCIÓN

Me tocó vivir mi etapa escolar en unos años oscuros y duros para la inmensa mayoría de españoles. Visto desde la distancia de los años pasados, incluso se tiene nostalgia de aquellos años a pesar de su dureza, éramos jóvenes y podíamos con todo lo que nos echaran a la espalda. En la escuela (hoy sería impensable), existía el castigo corporal (a ver a quien no le han dado con la regla, o no le han castigado de rodillas con los brazos en cruz y mirando para la pared). Se llevaba la máxima de “la letra con sangre entra”, y a casa no llegaras llorando porque el maestro te había castigado, porque entonces el padre cogía la correa o la madre la zapatilla y te tocaba acostarte calentito. No teníamos ordenador, ni televisión, ni tanto juguete como tienen los niños de hoy, pero jugábamos en la calle al güa, a dola, a la peonza, al escondite, al pañuelo, etc. Había que hacer trabajar la imaginación para poder jugar más que en la actualidad.
En ese aspecto, creo que éramos más maduros que los niños actuales. Yo por ejemplo a la edad de 12 años, comencé a ir a estudiar a la “Institución Sindical Virgen de la Paloma”, lo que hoy es un Instituto de Formación Profesional. Vivía en Entrevías, tenía que ir andando (1/2 hora) a la estación de metro de el Puente de Vallecas, bajarme en Estrecho y coger el tranvía de Peña Grande y tenía que estar allí a las 9 de la mañana. Que niño de hoy en día iría sólo y en esas condiciones a la escuela, la sociedad se comería a los padres. Pues éramos en esa escuela 2.500 alumnos de todas partes de Madrid y a ninguno nos llevaban nuestras madres. Aprendimos a ir solitos por la vida desde pequeñitos. ¿era mejor o peor?, no lo se, para mi fue una buena experiencia que me ayudó para tener cierta independencia a lo largo de la vida.

LOS PRIMEROS PASOS

Nací en mayo del año 1949, en Almagro, un pueblo de la provincia de Ciudad Real, hoy en día una ciudad muy atractiva y turística. Actualmente tiene como principal fuente de ingresos el turismo, gracias al teatro y a su Corral de Comedias (único que se conserva del Siglo de Oro), también son famosos sus encajes, y como no, sus no menos famosas berenjenas. Pero por los años en que vine al mundo era una población eminentemente agrícola. Mis padres, como tantos y tantos manchegos por aquel tiempo, emigraron a Madrid en busca de trabajo y una vida mejor. A mi me dejaron con mis abuelos y una tía soltera que vivía con ellos, a ellos les debo mis primeros pasos en el mundo de la lectura y la escritura.

MI PRIMERA ESCUELA

Cuando tuve edad para ello (creo recordar que a los 4 años), me apuntaron a los “parvulitos” a los que popularmente se les llamaba “cagones”, en las Escuelas Nacionales de Almagro. Me compraron el clásico “babi” azul claro con cuadritos y todos los días me llevaba y me recogía mi tía.
En la escuela aprendimos a leer en la “cartilla”, término en que acabó llamándose el célebre “catón” que durante tantos años enseñó a leer a tantos y tantos niños.
A pesar de la “Advertencia” al inicio del libro, en la que se indicaba que el procedimiento a adoptar para la enseñanza de la lectura debía de ser el “silabeo”, en sustitución del “deletreo”, y de que la lectura y la escritura se debían enseñar simultáneamente, los niños españoles, seguimos deletreando (la m con la a, ma) durante muchos años y aprendiendo la lectura y la escritura como dos prácticas diferenciadas, sin confluir en la lectoescritura, que escolarmente, se incorporó mucho más tarde.
También se indicaba que el método de lectura seguido, era esencialmente intuitivo y analítico-sintético.
Para el aprendizaje de la escritura, utilizábamos las cartillas específicas para ello y los cuadernos de dos rayas.

UNA CURIOSIDAD

En la “Advertencia” que, a modo de introducción, se incluye en el Catón Moderno “se atreven” a dar un consejo: “incitamos a los profesores a que el primer día de clase, enseñen ya a cada parvulito a escribir en el encerado, en el pizarrín o en un papel su propio nombre. Con ello se abren nuevos horizontes ante la inteligencia y la sensibilidad incipiente del niño, dándole a entender el porqué de la lectura y escritura, sin contar que éste primer triunfo le alegrará y le estimulará extraordinariamente, alegría que alcanzará también a sus padres y al profesor”. Esta sugerencia fue seguida en muchas ocasiones hasta tiempos recientes, fuimos muchos los niños y niñas que lo primero que aprendimos en la escuela -y reforzado desde nuestras casas- fue a “poner” nuestro nombre, como si de un dibujo se tratase, de lo cual nos sentíamos muy orgullosos.

EL PASO DEL PUEBLO A LA CAPITAL

Cuando tenía 6 años, mis padres me llevaron con ellos a Madrid. Se habían echo ellos mismos, como otros tantos y tantos emigrantes manchegos, andaluces y extremeños una casa en Entrevías-Pozo del Tío Raimundo con sus propias manos, ayudados por los demás vecinos y casi siempre aprovechando la noche. Empezaron a conformarse las calles poco a poco; y poco a poco fue creciendo, hasta formarse un barrio más o menos habitable, sin los servicios básicos como eran el agua, calles sin asfaltar, etc., etc.

LA ESCUELA

La más cercana era en el Pozo del Tío Raimundo. A ella empecé a ir, a la Escuela Nacional Jesús Rubio. No era una escuela como ahora las vemos, eran simplemente tres barracones prefabricados, pero para nosotros era “nuestra escuela” y aprendimos a quererla y a respetarla.

EL MAESTRO

Todos tenemos en el fondo de nuestro corazón, el recuerdo de un maestro, que se ha nos ha quedado para siempre grabado con letras de oro, porque él fue el que nos guió, enseñó, castigó y nos fue marcando poco a poco nuestro camino futuro.
El mío fue D. Manuel Álvarez, el clásico maestro de aquellos tiempos, pero con un algo especial que hacía que se le quisiera y sobre todo que se le respetara.
Por la mañana nos daban una taza de leche en polvo, había que llevar cada uno su taza y el maestro hacía la leche calentando el agua en una estufa de carbón que había en medio de la clase, y añadiendo la cantidad requerida de leche en polvo; cuando estaba hecha íbamos pasando de uno en uno con nuestra taza, y a desayunar.
La religión nos la daba el padre Llanos (el cura rojo del Pozo, D. José María de Llanos). Temido por todos los críos del barrio, por aquel entonces tendría cuarenta y tantos años y hacía gala de un fuerte carácter y mal genio. Fue el gran impulsor del barrio, aún le recuerdo una Semana Santa, haciendo una procesión lloviendo, con todas las calles hechas un barrizal y él con los pantalones y la sotana arremangados y con un crucifijo grande sujeto con las dos manos, sencillamente impresionante. Él fue, el que nos fue inculcando a los jóvenes del barrio unas ideas muy progresistas para aquellos tiempos (años 50-60), y el que nos fue modelando como personas para el futuro que se nos avecinaba y que cada día teníamos más cerca.

EL LIBRO

El libro de esta etapa fue la famosa “Enciclopedia Álvarez”. Uno de los libros que más se ha caracterizado para la enseñanza durante el franquismo. Durante más de diez años (1954-1966), educó a más de ocho millones de niños. La enciclopedia fue el libro de acercamiento a la Historia que los jóvenes españoles tuvimos durante la escuela primaria franquista. El libro titulado Enciclopedia: intuitiva, sintética y práctica, estaba destinado a la Escuela Primaria y para ello existían tres volúmenes, cada uno para el grado correspondiente (1º, 2º y 3º).
La enciclopedia no trataba sólo de Historia, sino que también trataba otras materias como: Historia Sagrada, Evangelios, Lengua Española, Aritmética, Geometría, Geografía, Ciencias de la Naturaleza, Formación Político-Social (niños), Lecciones Conmemorativas, Formación Familiar y Social, Higiene, Formación Política (niñas) y Conmemoraciones Escolares.
Había otros libros de apoyo para el alumno: para enseñar a leer, escribir y dibujar con perfección y rapidez se utilizaban las cartillas, también había Cuadernos de Trabajo para cada una de las asignaturas de la Enciclopedia (Aritmética, Lengua Española, etc.). En resumen, toda una serie de publicaciones destinadas a la enseñanza de la juventud en la época franquista.

LECTURAS DE JUVENTUD

Las lecturas que teníamos eran los cuentos clásicos de niños en los primeros años, luego los famosos tebeos de la época, con los héroes que por aquellos tiempos se llevaban: El Capitán Trueno, El Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, Rin Tin-Tin, Hazañas Bélicas, El Príncipe Valiente, Tin Tin, Asterix, El TBO, etc.

CONCLUSIONES

Hasta que en el año 1973 se aprobó y cambió el sistema educativo con la Ley General de Educación, se recogía en un solo libro una gran parte de los conocimientos que eran necesarios para los primeros pasos.
En el año 1953 y a modo de resumen genuino de la “cultura” de la Dictadura, salía a la calle la primera edición de la Enciclopedia Álvarez (Editorial Miñón), una compilación “intuitiva, sintética y práctica” (según rezaba la leyenda de cubierta), de los saberes de entonces, impregnada de educación franquista para los estudiantes, que debían conocer nociones elementales antes de iniciar el Bachillerato.
Desde entonces han pasado 55 años ya. La mayoría de los estudiantes que utilizamos la Enciclopedia Álvarez, estamos entre los 55-65 años. Algunos recordamos vagamente aquél manual. Otros lo conservan como oro en paño.
La enciclopedia, dirigida al alumno, se vendía acompañada de otro manual destinado al profesor “Sugerencias y ejercicios”, libro del maestro. Algo así como la chuleta del maestro.
Andrés Sopeña Monsalve es el autor de “El florido pensil. Memoria de la escuela nacional-católica”, un libro publicado en 1994, en el que hace un recorrido, pleno de sarcasmo por la educación de varias generaciones de españoles durante la dictadura franquista.
Los manuales escolares de la dictadura y otros métodos de propaganda son calificados por Sopeña como una “aberración ideológica”.
La escala de valores que se inculcaban, los contenidos racistas y xenófobos que se alentaban, el ferviente catolicismo… La propaganda franquista en toda su expresión. Sopeña dice:
“La censura era de tres tipos: la del propio autor consigo mismo si quería seguir escribiendo, la del Estado y la de la Iglesia, estas dos últimas no coincidían en muchas ocasiones… El libro “Corazón”, por ejemplo (en el que luego se basaron para hacer la serie televisiva de “Marco”), sólo fue prohibido por un obispo porque el niño Marco no confiaba en la providencia divina para encontrar a su madre, lejos de esperar a Dios para encontrarla, se echó al monte a buscarla él mismo”.

FUENTES Y BIBLIOGRAFIA

-MUSEO DEL NIÑO Y CENTRO DE DOCUMENTACIÓN HISTÓRICA DE LA ESCUELA.
www.museodelniño.es
-LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA EN LA ESCUELA DURANTE EL FRANQUISMO: LA HISTORIA DE ESPAÑA Y LA ENCICLOPEDIA ALVAREZ. Artículo de José Antonio Zapata Parra.
-TAL COMO ERAMOS.-Miguel G. Vázquez, Pedro Simón. El Mundo.-Martes, 21 octubre de 1997. http://perso.wanadoo.es/meacuerdo/talcomoeramos.htm.
-EL FLORIDO PENSIL. Memoria de la Escuela Nacional-Católica.-Andrés Sopeña Monsalve. Roca Editorial de Libros, S. L. 1994.