lunes, 27 de febrero de 2012

El copago en sanidad es temerario, injusto e ineficaz

 
Exigir tasas delegaría en el enfermo la valoración de su dolencia y le culpabilizaría por su situación, además de no resolver el problema financiero
Fuente: Esteban García-Albea, en el País
De forma recurrente, y con la misma carga argumental, a los políticos les tienta la posibilidad de hacer gravitar sobre el paciente (más allá de sus impuestos directos e indirectos, ahora aún más recargados) parte del pago por la asistencia médica. Con el apelativo de tasas disuasorias o copagolos responsables sanitarios, en esta ocasión de la Generalitat pero con tentaciones de su implantación en todo el Estado, y con la complicidad, claro, del departamento económico, anuncian que la implantación de dicha tasa "regulará la demanda sanitaria" y se hará "un mejor uso del sistema sanitario". Al parecer, la coartada argumental se basa en que los pacientes "abusan" del sistema: es decir, abarrotan los servicios de urgencia o las consultas ambulatorias con problemas menores que impiden el óptimo funcionamiento de la asistencia.
En mi opinión la institución de tasas es temeraria, injusta e ineficaz y refleja, además, no sólo una tozuda insensibilidad al tema sanitario, sino una preocupante incomprensión de lo público, entendiendo lo público en este caso como derecho y como servicio a la comunidad enferma o potencialmente enferma.
1. La institución de las tasas es temeraria. En efecto, dicha iniciativa delegaría en el enfermo la interpretación de su síntoma y la valoración de la banalidad o no del mismo, que, a fin de cuentas, decidiría la consulta o no de un profesional.
A este respecto, es útil recordar como muestra algunos hechos empíricos. El infarto de miocardio (la enfermedad coronaria es la primera causa de muerte en nuestro país) va precedida con mucha frecuencia de diversos síntomas que pueden ser interpretados banalmente por el enfermo y no se benefician, por tanto, de una evaluación especializada. El hecho de que gran parte de las molestias precordiales no corresponda a una enfermedad coronaria no debe suponer un menoscabo para el numeroso subgrupo de pacientes disuadidos de que el síntoma banal oculta un padecimiento grave.
No hay que olvidar que el calificativo banal es un juicio a posteriori que exige una valoración clínica cuidadosa y, en ocasiones, precisa la ayuda de tecnología complementaria.
Otro ejemplo significativo: la jaqueca; patología benigna en este caso, pero una de las situaciones que más demanda del especialista, además de una de las principales causas de baja laboral y martillo constante de la calidad de vida del 15% de la población. Pues bien, las encuestas de población demuestran que menos de la mitad de los casos han consultado por sus molestias, y que el manejo profesional hubiera aliviado de forma destacada sus dolores, hubiera evitado el paso a la cronicidad de las cefaleas y hubiera facilitado la disminución de la ingesta prolongada, costosa y con frecuencia dañina de analgésicos. En fin, hubiera permitido la detección prematura, afortunadamente infrecuente, de procesos subyacentes graves. Como vemos, habría que introducir alguna vez fórmulas persuasivas o suasorias.
El enfermo tiene perfecto derecho a equivocarse, pues desconoce la trascendencia de sus síntomas, pero un sistema público de salud debe evitar que un paciente con patología grave no disponga de todo el arsenal clínico que precise —y al que tiene derecho— sólo porque sus dolencias son poco expresivas o porque una tasa le disuada de entrar en el sistema.
Nadie con una mínima experiencia en sanidad pública desconoce que las urgencias hospitalarias han sufrido un progresivo incremento en su frecuencia en los últimos treinta años, desbordando en ocasiones la capacidad del sistema. O que en la práctica ambulatoria común, cualquier facultativo es testigo de la elevada proporción de cuadros banales, a los que se suman hipocondríacos, simuladores, etc., pero todos exigen una atención individualizada que oriente y, si es posible, resuelva la situación. Como definía un ilustre clínico, un enfermo es "por lo menos, todo aquel que acude al médico".
Este análisis del problema no defiende la medicalización del ciudadano (el médico que conoce bien las dependencias de su enfermo debe ser enérgico en ocasiones desaconsejando el exceso de visitas médicas). La disuasión, en los casos en que pueda estar indicada, debe ser el resultado de la prevención, la educación y la participación responsable del ciudadano en su propia y libre decisión de salud.
2. La institución de tasas es injusta. La medida culpa a los pacientes de su situación patológica. Los contribuyentes más abatidos en su calidad de vida por el infortunio de una enfermedad recurrente —banal o no— deberán pagar unas tasas como castigo a su dolencia. Afirmaba un economista de forma categórica en este mismo periódico (Elogio del copago, punto 7, E. Costas) que ellos son culpables de la lista de espera. Ante este carácter de penalización que se desprende de las afirmaciones de la consejera catalana como de algunos analistas que buscan el recorte por la parte más débil, sería conveniente recordar una expresiva declaración de los grupos de base franceses que resaltan el carácter democrático de los objetivos sanitarios (incluso en enfermedades en que el enfermo es culpable): “...también queremos buenos hospitales para que nos curen las borracheras”.
La enfermedad como pecado. Se culpabiliza al enfermo de la insuficiencia en la atención. La sanidad no sería buena porque acuden demasiados enfermos a los centros, soslayándose de esta manera las causas principales, como la precaria estructura o los presupuestos escasos.
3. La implantación de tasas es ineficaz. Aunque es un tema menor, es importante que las autoridades sanitarias y ciertos expertos en cifras acudan a los frentes sanitarios como los hospitales para entender la dificultad de llevar a cabo con eficacia la medida del copago. Mi experiencia como director que fui del Hospital 12 de Octubre y mis cuarenta años de trabajo en la medicina pública me autorizan a hacer esta afirmación. ¿Cómo cobrar al paciente que acude en coma, al psicótico, al grave o al que no dispone de fondos? ¿Se negará la atención? ¿Se le negará al mas desgraciado en el que se ha cebado la enfermedad y debe acudir recurrentemente al centro? ¿Y el que no quiere pagar? ¿Embargo? Es preciso una infraestructura que sobrepasa en gastos al cobro de las tasas.
La medicina pública española, ejemplar en muchos aspectos, precisa un relanzamiento y un prestigio que anteponga su carácter de servicio a la comunidad. Existen ya demasiados elementos disuasorias en la medicina pública actual (como la lista de espera) como para añadirle uno nuevo al enfermo. Que la austeridad no se utilice como coartada para atentar contra los derechos de los ciudadanos.
Esteban García-Albea es profesor titular y jefe del servicio de Neurología
del Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares.

miércoles, 22 de febrero de 2012

"No podemos dar esta imagen de nuestro país"


El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha llamado desde Londres a la tranquilidad y "mesura" para que este tipo de incidentes no vuelvan a repetirse. "Todos debemos hacer un esfuerzo y tirar del carro porque es la hora de la tranquilidad y la serenidad. Si todos actúan con mesura, esta situación no va a repetirse", ha afirmado en presencia del primer ministro británico, David Cameron. "Los españoles no podemos dar una imagen de país que no es la que es", ha dicho respecto a la repercusión que los sucesos de Valencia han tenido en la prensa internacional.
Yo le diría a Rajoy, que quien está dando una imagen vergonzosa de España es él y su gobierno de la “gaviota” apoyados por sus amigos catalanes de CIU, o que se creían que tras entrar como un elefante en una cacharrería con sus recortes, la mayoría social española -que no electoral- ¿nos íbamos a quedar de brazos cruzados, riéndoles y aplaudiendo sus graciosos tijeretazos? Pues mire usted por donde, NO, esa mayoría social, le moleste o no, tiene la calle para protestar y defenderse contra las agresiones a las que nos esta sometiendo su gobierno y su partido.
Creo que se está comenzando a ver lo que algunos dijimos o pensamos hace un tiempo: la mayoría social no es lo mismo que la mayoría electoral y este gobierno ha sido votado por un 28% de la población -como todos los demás, por otro lado- así que mejor será, que no piense que se puede gobernar por decreto y que la gente se va a callar y estar quietecita como corderitos. Tenga usted en cuenta que esa mayoría social representamos el 72 % restante, y me parece a mi que se ha empezado a cabrear parte de ella. Usted, su gobierno, su partido y el entorno mediático afín que le rodea, son los que tienen que tener “mesura” para no cabrear al 100% de ese 72% de masa social, a los que ha empezado ya a cabrear.

martes, 21 de febrero de 2012

Callad, callad, malditos

Inspiradas en reflexiones más antiguas, no pocas películas que tratan sobre el diablo han repetido que el mayor truco de este habría consistido en hacer creer al mundo que no existe. El diablo sigue siendo, incluso en una época tan descreída como esta, un asunto que suscita el interés de la inmensa mayoría de la gente, y no tanto porque toda esa gente crea que existe el diablo como porque todos saben que existen hechos diabólicos, hechos tan genuina e inequívocamente malvados que la manera menos dolorosa de explicarlos es admitir la existencia del diablo, pues de no existir este serían los hombres el mismísimo diablo.
Algo así podría decir de sí mismo el propio capitalismo, cuyo mayor truco ha sido hacer creer a la gente que siempre ha querido lo mejor para ella y no para sí mismo. O dicho de otra forma: hacer creer a la gente que la culpa de que estemos como estamos la tiene la propia gente y no el sistema mismo y los tipos que lo dirigen.
Es llamativo que nadie albergue duda alguna de que si un Estado tiene una deuda pública desproporcionada la culpa de ello es del Gobierno de turno, mientras que si un sistema financiero tiene, como tiene el nuestro, una deuda exorbitante la culpa no es del propio sistema financiero o de los bancos centrales encargados de vigilarlo por no hacer bien su trabajo ni en un caso ni en otro, sino que es de los ciudadanos que pidieron demasiados créditos. De nuevo anda el diablo por ahí confundiendo a los incautos.
Se trata de los mismos incautos que, ante la crudeza de la reforma laboral, tienen la tentación de creer que la culpa de la crisis y del paro es que los trabajadores tienen unas condiciones laborales demasiado buenas. Ese sentimiento de culpa tal vez esté más generalizado de lo que pudiera parecer. He aquí una prueba de ello: la nueva reforma laboral del Gobierno ampara el hecho de que un empresario con una caída de ingresos de tres trimestres pueda modificar a la baja las condiciones estipuladas en convenio, y sin embargo ni a los sindicatos ni a los partidos de izquierda se les ocurre proponer que la norma se aplique también a la inversa, es decir que si un empresario tiene un incremento de ingresos de tres trimestres esté obligado a dedicar un porcentaje de los mismos a crear a una caja de resistencia para proteger el empleo de sus trabajadores cuando lleguen tiempos difíciles. ¿Por qué aceptamos con naturalidad lo primero y no exigimos lo segundo? Sin duda porque el diablo del dinero nos ha convencido de que no existe.

Opinión, por Antonio Avendaño, en Público

viernes, 17 de febrero de 2012

La destrucción del derecho laboral


El Gobierno está deshaciendo una parte del sistema jurídico establecido tras años de luchas sociales

Este título no es una metáfora, es la expresión de una realidad. Las medidas que acaba de aprobar el Gobierno y que vienen a modificar los derechos y obligaciones de empresas y trabajadores, en realidad tan solo suprimen o recortan derechos de los trabajadores. Se habrá perdido por ello el equilibrio en que se basa toda rama del Derecho. De hecho, eso es lo que se pretendía, porque  ¿qué significa sino "flexibilizar" y "desregular" las relaciones laborales? El Derecho del Trabajo era, hasta ahora, un conjunto de normas que disciplinaban aquellas relaciones, que ahora quedan sin regular o que pierden su valor. Por consiguiente, se está transfiriendo la fuerza del Derecho desde el código jurídico a las manos del más poderoso, que será siempre la empresa.
Entre las medidas adoptadas ocupa un lugar preferente la del "abaratamiento del despido". Los trabajadores, a partir de ahora, han de temer que les puedan despedir más fácilmente, y tendrán aún menos fuerza para oponerse a posibles decisiones de la empresa contrarias a la ley. De hecho, ni se atreverán a denunciar las arbitrariedades ante los tribunales, porque se encontrarán con que, incluso en el caso de que estos les den la razón, tal decisión no comportará el restablecimiento de sus derechos. La empresa se librará pagando un precio módico. Es decir, la empresa podrá comprar con dinero el silencio de la justicia.
Todo ello justifica la reacción indignada no solo de los sindicatos, como representantes de los trabajadores, sino de todos aquellos que saben que el derecho al trabajo es un derecho humano fundamental y que el código jurídico es un instrumento civilizador de las relaciones humanas. Es lamentable la miopía de muchos que no saben ver el daño que estas medidas harán al proceso que la Humanidad quiere recorrer hacia la justicia social. Lo veremos claramente cuando el panorama de las relaciones de trabajo de muchas empresas vuelva a parecerse más a un sistema feudal que a una democracia moderna.
Los trabajadores no se atreverán a denunciar posibles arbitrariedades 
La verdad es, no obstante, que de todo esto estábamos advertidos. La política neoliberal que se ha ido imponiendo en los últimos años en el terreno económico lo hacía presagiar. A mediados de los años ochenta ya había quien, entre los sabios laboralistas, nos pronosticaba, con complacencia, que muy pronto veríamos "el desmoronamiento del derecho laboral". El Derecho del Trabajo, juntamente con la Seguridad Social, se había convertido lentamente, con el tiempo, en el recambio civilizado de las revoluciones sociales decimonónicas, y vino a conquistar pacíficamente, con sus normas, nuevos espacios de justicia social. Esta rama del Derecho significaba un compromiso entre el poder del empresario y las exigencias de justicia y participación de los trabajadores en la empresa. El Derecho del Trabajo trataba de canalizar la confrontación que comporta la misma naturaleza del trabajo por cuenta ajena y proporcionaba amparo al trabajador que se proponía establecer una relación laboral desde una posición solitaria, aislada y por lo tanto, débil. El Derecho disciplinaba, además, la acción colectiva de los trabajadores a través de la dinámica sindical.
Todo ello parecía indicar que la vieja lucha de clases estaba encontrando vías de superación y que la barricada se había convertido en código o en convenio colectivo. Parecía que los derechos fundamentales de carácter social y económico que el consenso universal estaba aceptando, iban penetrando, también, en el reducto de la empresa por la vía de la extensión de la cultura democrática. Daba la impresión de que lo justo y conveniente era seguir progresando por este camino, hasta convertir la empresa en un territorio de colaboración constructiva. Pero la llegada de una nueva crisis del sistema capitalista ha sido suficiente para que resonara machaconamente esa consigna de salvación: "Hay que flexibilizar el mercado de trabajo", "hay que desregular el Derecho del Trabajo". Pues bien, con las nuevas normas se ha dado satisfacción a estas pretensiones. Cuantas menos normas, mejor…
Este es, pues, el auténtico fondo de la cuestión. Si el Derecho son normas, lo que está haciendo el Gobierno es destruir con esta reforma una parte del sistema jurídico establecido democráticamente y consolidado después de años de sacrificios y de luchas sociales. Y en cambio, lo que nos acercaría a una democracia avanzada –utilizando palabras del preámbulo de nuestra Constitución– sería un sistema cada vez más participativo en las decisiones que afectan a los ciudadanos a todos los niveles, también a nivel laboral. Y todo ello, ordenado de la manera más perfectamente posible por la regla del Derecho.
La reforma pretende volver al liberalismo puro del ′laissez faire′
Por lo tanto, nadie puede negar que la reforma que ha de aplicarse a partir de ahora camina en sentido opuesto a estos horizontes de civilización y progreso. Es un intento de retorno a las fórmulas liberales más puras del laissez faire.
Una vez llegados a este punto, habrá que entrar en polémica con aquellos sectores que justifican la reforma como un mal menor necesario para reactivar la economía, crear nuevos puestos de trabajo y aligerar esa lacra social persistente que es el paro. Pero estos, seguramente, no se atreverían a poner la mano en el fuego y asegurar que esta reforma laboral pueda ser determinante para conseguir aquellos objetivos, y que no existen otras alternativas. En cualquier caso, el daño que se habrá hecho al equilibrio humano dentro de las empresas y al proceso histórico de la justicia social, será difícilmente reparable; habremos perdido así casi un siglo en el camino del progreso.

Fuente: Francesc Casares i Potau, Andrés Pérez Subirana, Judith Barceló Cisquella
y Jessica Bolancel Ferrer son abogados

La eficacia del miedo

La memoria económica que acompaña a la reforma laboral no deja lugar a dudas sobre la filosofía que la inspira. El Gobierno admite que abaratar y facilitar el despido es un “objetivo esencial” de la nueva normativa, pero además apuesta por romper la eternamente criticada “dualidad” del mercado laboral español, empleo indefinido altamente protegido y empleo temporal totalmente precario, favoreciendo precisamente lo segundo: la precariedad. El texto no llega a estampar la ofensiva tontería que hace poco soltó el tecnócrata italiano Mario Monti (“el trabajo indefinido es un aburrimiento”), pero tampoco oculta una coincidencia ideológica esencial: “al ser el riesgo de despido muy reducido, se desincentiva el esfuerzo”. Así que el Gobierno confía en la eficacia del miedo al despido como elemento dinamizador del mercado de trabajo. Todos los mandamientos teóricos a favor de incrementar la productividad y la competitividad confluyen en un solo objetivo real: la devaluación salarial. Sostiene la ministra Fátima Báñez que esta reforma es “equilibrada”, lo cual es como decir que el Sol gira alrededor de la Tierra. El decretazo otorga al empresario un poder casi despótico, confirmado por las mal disimuladas risas que se escuchan en la cúpula de la CEOE. Se copian algunas recetas alemanas, pero sólo las que perjudican al trabajador y no las que impulsan políticas activas de empleo o controlan posibles abusos en los despidos colectivos. Sí, esta reforma da miedo.

Opinión, por Jesús Maraña, en Público

domingo, 12 de febrero de 2012

Las mismas recetas que han generado tanto paro no pueden crear empleo

El Gobierno acaba de aprobar la reforma laboral interpretando que la mayoría absoluta obtenida recientemente y el crecimiento sin pausa del desempleo le otorgan una legitimidad que poco menos quele permite hacer lo que quiera.
En estas condiciones, ha optado por llevar al BOE un paquete de medidas cuyo denominador común es una mayor devaluación del derecho del trabajo y un paso más hacia la individualización y mercantilización de las relaciones laborales que no sólo no evitará nuevas pérdidas de puestos de trabajo, sino que puede llevarnos a alcanzar la terrorífica cifra de los seis millones de parados y paradas.
Veamos, someramente, qué ha hecho el Gobierno y por qué.
En primer lugar, el Gobierno ha despreciado el diálogo y la concertación social y eso por dos razones: no se ha convocado formalmente a los agentes sociales para proceder a negociar las medidas que querían implementar y han instrumentalizado interesada y torticeramente el reciente acuerdo sobre empleo y negociación colectiva que suscribimos con los empresarios el pasado 25 de enero.
Pero esto, siendo grave, no es lo peor. Lo peor es decir que se persigue paralizar la sangría de empleo y, en el medio plazo, su creación y arbitrar para ello las mismas recetas que se han demostrado fracasadas en todas las reformas que se han impuesto en este país.
Las recetas fracasadas a las que me refiero son de sobra conocidas, son las que para evitar pérdidas de empleo hacen más fácil y barato el despido. Son aquellas que conciben que los empresarios necesitan un entorno favorable para que contraten e interpretan que el entorno favorable, no es que puedan acceder al crédito que ahora se les niega, sino que se desreglen los derechos laborales. Son aquellas que conciben que la única posibilidad de competir de nuestras empresas pasa por deprimir todavía más el factor trabajo.
Por otra parte, los mismos argumentos dados por la portavoz del Gobierno y la ministra de Empleo son los que se dieron en la primavera del 2010 por los que en aquel momento representaban al Gobierno del PSOE. Mantener los mismos argumentos cuando año y medio después tenemos millón y medio de parados más es algo de todo punto inadmisible.
En estas condiciones, las preguntas que caben hacerse son las siguientes: ¿Cómo es posible que, sabiendo que el empleo no lo favorece ni el abaratamiento del coste del despido ni abrir las causas para justificar el mismo, se siga insistiendo en ello? ¿Cómo es posible, si todos sabemos que no se creará empleo hasta que se reanime la actividad económica, que se sitúe la reforma laboral como la "madre" de todas las reformas?
La respuesta, no por simple es menos indignante: es un tributo que se ofrece sumisamente y rindiendo pleitesía a quienes desde las instituciones y cancillerías europeas y desde el empresariado español conciben la crisis como una oportunidad para debilitar los derechos laborales y sociales de los trabajadores y trabajadoras.
¿Cómo interpretar, si no, las "bravuconadas" del propio presidente del Gobierno y del ministro de Economía en sus recientes visitas a Bruselas o el aplauso generalizado que ha recibido de destacados representantes del empresariado nacional?
Opinión, por Ignacio Fernández Toxo, en Público

Ok, ok... No se humille usted más

Cuando un ministro agacha la cerviz y solícito rinde cuentas ante un comisario europeo de lo que va a aprobar el Gobierno de su país, está humillando a ese gobierno y a sus ciudadanos. Así se comportó el jueves el responsable de Lehman Brothers en la Península Ibérica hasta su quiebra, hoy reconvertido en ministro de España. "Mañana aprobamos la reforma del mercado laboral, vas a ver que será extremadamente agresiva". Nos quedaremos sin saber cuánto de bochorno había en la contestación del titular de asuntos económicos de la Comisión Europea: "Eso sería fantástico. Ok, ok".
Cuando una ministra, que dice valorar el dialogo social, comunica por teléfono (minutos antes de comenzar el Consejo de Ministros) el contenido de esta reforma, no solo desprecia el derecho de información y consulta que asiste a los sindicatos, también los está intentando humillar y, con ellos, a los trabajadores que representan.
Dos actitudes: una diligente, la otra displicente. Mucho nos tememos que sean el haz y el envés de este gobierno. Debería añadirse una tercera: una actitud laxa ante la verdad. Si se afirma, como se ha hecho en la comparecencia tras el Consejo de Ministros, que "se respetaran los derechos adquiridos de los trabajadores en materia de indemnización de 45 días por año", no se está diciendo la verdad.
La primera entidad financiera de nuestro país tuvo, de enero a septiembre de 2011, un beneficio atribuido de 5.303 millones de euros, que supuso un descenso del 13%. Ha sido una disminución persistente de su nivel de ingresos o ventas, como establece la reforma. ¿Considera el Gobierno que es justo social y económicamente que se haga uso de las facultades discrecionales que ha otorgado al empresario?
El Gobierno, con esta reforma laboral, no sólo se desdice de lo que afirmaba hace pocos meses en la oposición: "Lo que necesita España no es facilitar el despido, no es fomentar la salida, sino la contratación". Lo peor es que parece estar actuando bajo el efecto de un doble síndrome: el de considerarse una administración intervenida de hecho y, otro más preocupante, el que le lleva a desconfiar de la responsabilidad y el compromiso de los trabajadores y sus sindicatos.
Si el presidente del Gobierno reconoce que, pese a hacer una política como Dios manda, el paro aumentará en 2012 y previsiblemente en 2013, ¿puede explicarnos en qué va a contribuir esta urgente reforma a evitar la destrucción de más puestos de trabajo? ¿Cómo facilitando y abaratando el despido lograremos crearlos?
Llamamos a la responsabilidad. A la sensatez del Gobierno y de los empresarios. Su obligación es dar seguridad a los trabajadores ante la crisis. Despidiendo más barato a los padres y contratando en precario a los hijos, sólo ahondarán en el temor y la frustración de nuestra sociedad.
Opinión, por Cándido Méndez, en Público

viernes, 10 de febrero de 2012

Yo también soy enfermo crónico

Como diabético que soy hago mía también la carta al director, publicada hoy en el Diario El Pais, mi solidaridad con Rodolfo Serrano en partícular y para todos los enfermos crónicos en general:

He de confesar que soy enfermo crónico

Confieso que pretendo que el sistema atienda la atención que merece mi enfermedad. Soy un sinvergüenza. Y creo que la viceconsejera de Asistencia Sanitaria madrileña, Patricia Flores, tiene razón cuando se pregunta: “¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema?”. No, no lo tiene.
Pero, verá usted, doña Patricia. Quiero justificar mis pretensiones. Empecé a trabajar muy joven, con 15 ó 16 años. Llevo cotizados casi 50 años. He pagado religiosamente mis aportaciones, aunque durante muchos años no he necesitado asistencia sanitaria. Por eso, permítame que le diga que yo, a pesar de ser un enfermo crónico, no vivo gratis del sistema. Lo he pagado. Y lo sigo pagando. Mi asistencia y la de otros. Igual que otros pagan la mía. Se llama solidaridad. No sé qué ha querido decir usted con sus palabras.
Yo creo, con todos los respetos, que usted no entiende el concepto de servicio público. Y me temo que tampoco entiende lo que es solidaridad, fraternidad, humanidad. Los crónicos son quienes más necesitan el sistema. Precisamente por eso, porque son crónicos, porque están enfermos. Los crónicos somos muchos en este país. Ya lo sentimos. Somos los primeros en lamentarlo. Le aseguro que no lo somos por gusto. Le aseguro que no queremos ser una carga para nadie. Y que si vamos a los hospitales, a los ambulatorios y compramos en las farmacia es porque no tenemos más remedio.
Por cierto, he de decirle que, a pesar del deterioro de la sanidad pública, me he sentido orgulloso cuando en las consultas y en los hospitales me han atendido siempre con tanto cariño y tanta profesionalidad, salvo alguna excepción que no merece la pena ni mencionar, porque quiero decirle que tenemos unos profesionales extraordinarios, en su mayoría, atentos, pacientes y sabios. Ellos hacen más soportable lo de ser enfermo crónico.
Bueno. Nada más. Ah, sí. Alguno de sus colaboradores, para salvarle la cara, ha dicho que se refería a que estarían mejor en una residencia. Aunque nada tiene que ver esa versión con lo que dijo usted, he de comentarle que hay crónicos muy jóvenes, ¿sabe? Que la enfermedad crónica no está relacionada directamente con la edad. ¿Va a encerrar usted a los niños enfermos crónicos en una residencia?
En fin. Disculpe que sea un crónico. Ya lo siento. De verdad. Como usted no se puede ni imaginar. Así que seguiré pretendiendo vivir en el sistema sanitario. Pero no gratis. Porque otros y yo lo pagamos, incluido su sueldo.— Rodolfo Serrano.
 

La justicia ¿igual para todos?

Tristes días para la justicia los que se están viviendo en España, empezamos con la persecución implacable al juez Garzón, en la que se están cebando como lobos los poderes fácticos de esa derechona que no admite que la investiguen, y mucho menos que la contraríen. Seguimos con el caso Urdangarin, hoy podemos leer en el diario El Pais que la comisión disciplinaria del Consejo General del Poder Judicial acordó abrir unas diligencias informativas previas al juzgado de instrucción número 3 de Palma de Mallorca, cuyo titular es José Castro Aragón. La comisión disciplinaria ha decidido, en función de la denuncia contra Castro presentada por el abogado de Jaume Matas, “investigar las medidas adoptadas por el juzgado para evitar las masivas filtraciones y, en la medida de lo posible, que sean depuradas las responsabilidades”. En otros casos de filtraciones de sumarios declarados secretos, el consejo nunca abrió este tipo de expediente. Ya veremos en que queda todo esto, tras la sentencia al juez Garzón.

Hoy en el diario El Pais aparece este artículo de Opinión, me ha parecido muy oportuno publicarlo:

 

El derecho a la defensa

Fuente: Mercedes Gallizo Llamas

Se están santificando las reglas de un juego repugnante: el de la utilización de los principios del Estado de derecho para blindar hasta el infinito la cobertura legal de la delincuencia organizada

El derecho a la defensa debe ser sagrado en una democracia. Es la garantía de que todas las personas deben poder defender sus derechos ante la imputación de un delito. Pero la democracia requiere que los derechos, incluso los más sagrados, no se sitúen al margen de la justicia, ni de la igualdad, ni de la propia democracia.
La ley debe ser igual para todos. Si no fuese así, perdería su legitimidad. Volveríamos a un mundo, a una sociedad en la que quien tiene recursos sortearía todos los obstáculos que la vida le ponga delante y actuaría con la impunidad que le da saberse poderoso. La condición social de los imputados no debería condicionar el ejercicio de sus derechos. Pero no es así. Quien no tiene medios no puede ejercitar ese derecho en las mismas condiciones que quien los tiene. Aunque existe el derecho a la justicia gratuita, la falta de medios hace que se desarrolle con enormes limitaciones. Y más en estos tiempos. Algunos abogados del turno de oficio tardan meses o años en cobrar los exiguos emolumentos que la Administración les proporciona por desarrollar su tarea. No pueden dedicar mucho tiempo a estudiar los sumarios de las personas a las que defienden, o a ir a visitarles a prisiones que están a muchos kilómetros de las ciudades, porque tienen que ganarse la vida y dedicar tiempo a causas por las que cobren al final de cada mes. Los abogados del turno de oficio son personas admirables en su mayoría, tienen un alto sentido de la justicia, pero en ocasiones se sienten maltratados por ello.
Por otro lado, las personas extranjeras, que no conocen nuestras leyes ni -a veces- nuestro idioma están terriblemente limitadas para ejercer sus derechos. Necesitarían de una mayor atención justamente por ello. Pero la tienen mucho menor. De la mano de estas limitaciones, hemos visto incrementarse los juicios de conformidad, en los que muchas personas aceptan condenas algo menos abultadas de la petición inicial por miedo a no poder costear la demostración de su inocencia. Antes no soportábamos la idea de que un inocente estuviese en la cárcel. Nos parecía mucho más difícil de asimilar que el hecho de que diez culpables estuviesen en libertad, Ahora no soportamos que alguien aparentemente culpable no esté en la cárcel, sin preocuparnos de las garantías que deben proteger su presunción de inocencia.
Las cárceles están habitadas mayoritariamente por personas pobres. Es verdad que la pobreza y la marginalidad son caldo de cultivo de conductas antisociales, pero el porcentaje de maldad humana que hay en nuestras sociedades no se corresponde con las que pagan por ello.
Nada mueve más al desconsuelo de quienes queremos creer en la justicia real, además de creer en la Justicia con mayúsculas, que ver cómo los poderosos manipulan los recursos que el Estado de derecho pone al servicio de todos, haciéndolos servir a sus intereses. No hay nada que produzca más desolación que ver cómo se condena a un juez, en nombre de los sagrados principios de la justicia, en un proceso tan condicionado por los intereses.
Intereses corporativos, en primer lugar. Es inaceptable que se defienda a gente que tiene comportamientos inaceptables solo porque forman parte de un colectivo respetable. La mayoría de los abogados, como la mayoría de los jueces y de los policías, incluyendo a sus máximos responsables, saben que bajo la respetable toga de algunos abogados, se esconden intereses no respetables. Hace mucho tiempo que todos los operadores policiales y jurídicos saben que serían imposibles la mayor parte de las operaciones de saqueo de dinero público, de fraudes a la hacienda pública, de fuga de capitales a paraísos fiscales, de ocultación de bienes a través de testaferros, de blanqueo de capitales, de corrupción de responsables públicos… si no formase parte de esas redes un entramado técnico-legal que les da cobertura, que obtiene suculentos beneficios de ellas, y que –en ocasiones- acaba situándose en la cúspide de las mismas. Y que se jacta de su influencia en todos los niveles de la justicia.
Cualquiera que se mueva en este mundo sabe de esto. Sabe que también existe corrupción en algunos aledaños de instituciones que deberían ser intocables. Muy minoritaria, pero muy efectiva. Algunos listados de personas implicadas en estas prácticas son conocidos por mucha gente en las más altas instancias. En las instancias que tienen la responsabilidad de investigarlo en serio. Que tienen la responsabilidad de atajarlo. Pero esta es una materia que se ha convertido en intocable. Nadie se atreve a dejar a algunos reyes desnudos. Muchos por un temor reverencial a entrar en determinados ámbitos. Otros
Hay quien piensa que con el juicio y la sentencia sobre las escuchas de la Gurtel se está castigando a un juez singular, egocéntrico, ambicioso, poco cuidadoso con los procedimientos… Yo no lo creo. Se están santificando las reglas de un juego repugnante: el de la utilización de los principios del Estado de derecho para blindar hasta el infinito la cobertura legal de la delincuencia organizada de altos vuelos.
Cuando un imputado recibe en prisión la visita diaria de una corte de abogados de minutas millonarias, la mayor parte de los cuales no están personados en ninguna de sus causas, sin limitación de tiempo, sin control de sus actividades reales, hay quien quiere pensar que está asesorándose para su mejor defensa. Algunos no lo creen y deciden investigar. No hay mucha gente que se atreva a hacerlo. Casi nadie. A partir de hoy, mucho menos.
Un Estado implacable con los débiles y débil con los poderosos pervierte el sentido de la justicia, del derecho y de las leyes. Alguien debería pensar sobre esto.
Mercedes Gallizo Llamas (ex secretaria general y ex directora general de Instituciones Penitenciarias cuando se produjeron las escuchas)

 

martes, 7 de febrero de 2012

Patricia Flores hace una pregunta tonta, la desmiente e intenta justificarse

La viceconsejera de Asistencia Sanitaria de la Comunidad de Madrid, Patricia Flores, ha llamado este lunes al presidente de CERMI, Javier Font, para explicarle “que en ningún momento ha dicho esa frase textual, que se la ha tergiversado”, refiriéndose a sus declaraciones sobre los enfermos crónicos, según ha informado el Gobierno regional en un comunicado.
Siempre pasa lo mismo, cada vez que un político se le pilla con el “carrito de los helados” vienen las excusas y las justificaciones, y como no, la culpa la tienen los diferentes medios que han recogido sus palabras que las “han tergiversado y las han sacado de contexto”, pero las palabras son las palabras y lo que se dice es lo que se dice, y cada cual es muy libre de interpretarlas. Lo que debe de hacer un cargo político es ser más cuidadoso con lo que se dice para no herir la sensibilidad de los ciudadanos y si no es así, lo lógico es que se dedique a otra cosa.
Como indica el periodista digital, ¿”Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema”? Esa fue su pregunta, que debería haber sido contrarrestada con esta otra: ¿Tiene sentido que Patricia Flores sea la viceconsejera de Asistencia Sanitaria madrileña? Pues, evidentemente, no. Una persona que hace esa pregunta no está capacitada para ser política. Lo que ocurre es que a esa pregunta le puede seguir otra: ¿qué político español está capacitado para su labor? La respuesta también es obvia, basta con ver el estado de las cuentas de las Comunidades Autónomas y del gobierno central.
Patricia Flores debería dedicarse a otra cosa. A calcular el número de ratas, o de gatos o perros callejeros que hay en Madrid, o a meditar sobre el coste de los móviles de los políticos a cargo de los contribuyentes y los supuestos beneficios que les reportan a éstos, pero a la política no. Para ser político en España sólo hace falta una cosa: caerle bien al que manda. El que paga, que es el ciudadano, no cuenta para nada. Llegado el caso, se le mandan cuatro eslóganes, se le cuentan cinco cuentos y se le pide el voto.
Si todas las enfermedades que tuviera que atender la Sanidad pública fueran constipados y similares, no tendría sentido la propia Sanidad pública, que se justifica precisamente por la existencia de esos casos imposibles de atender por la mayoría de los bolsillos particulares. ¿Qué pretenderá hacer esa señora con los enfermos crónicos? Mejor no hacerle esa pregunta, no vaya a ser que estropee más la cosa.
La pregunta, no obstante, está ahí. ¿Qué harían los enfermos crónicos si el sistema no los atendiera?.
La cuestión es que nuestros políticos nos piden el voto, muchos se lo dan, y cuando lo tienen, los políticos que ganan se lo gastan todo. No hay más que ver las cuentas. Y luego no hay dinero para atender a los enfermos.

Desde multitud de foros y redes sociales se pide su dimisión

En unas declaraciones el pasado 23 de enero a Diario Médico, la viceconsejera de Asistencia Sanitaria de Madrid, Patricia Flores, planteó si tiene sentido que un enfermo crónico “viva gratis del sistema”.

Recursos solapados

En su intervención, que recogió Diario Médico el pasado 23 de enero, Patricia Flores también aseguró que “lo sanitario tiene un fin” y apuntó que “hay muchos recursos públicos solapados en la atención a crónicos”. En la Consejería de Sanidad quitan hierro al asunto y mantienen que Flores, con la frase que ha motivado las críticas, se refería a que hay pacientes crónicos que pueden estar mejor atendidos en una residencia de mayores que en un hospital de agudos.

Declaración “irresponsable”

Por otra parte, según informa el diario Püblico, el presidente del Foro Español de Pacientes, Albert Jovell, califica las declaraciones de Flores de “irresponsables”. A su juicio, la viceconsejera ha demostrado “ser muy poco sensible con los pacientes” y tener muy poca capacidad de ponerse en su lugar, “que es lo mínimo que se le pide a un responsable político”. Jovell recuerda “que todos, de una forma u otra, seremos enfermos crónicos en algún momento”.
La mayoría de enfermos crónicos son ancianos que reúnen varias patologías, como alzheimer y enfermedad pulmonar, o diabetes e hipertensión, y tienen algún tipo de limitación en el movimiento. Su situación no suele ser de vida o muerte pero necesitan estar ingresados durante semanas o meses o, en el mejor de los casos, necesitan supervisión médica.
Para el secretario general de la Federación de Sanidad y Sectores Sociosanitarios de CCOO, Antonio Cabrera, cuestionar que la sanidad pública atienda de forma gratuita a los enfermos crónicos “es un debate falso. Nadie ha puesto en duda esta asistencia”, insiste. Otra cosa, explica, es que se aborde la mejora de la atención a estos pacientes. “Son necesarios cambios, pero la atención universal es obligatoria”, insistió. Cabrera destaca el compromiso que adquirió el miércoles pasado en el Congreso la ministra de Sanidad, Ana Mato, de crear un nuevo modelo de gestión clínicaque garantice la continuidad asistencial a pacientes crónicos”.
¿Es posible que haya personajes con esta forma de pensar? y encima que estén en puestos de responsabilidad de la Sanidad cobrando un sueldo de nuestros impuestos. Con estos pensamientos no me extraña que se quieran cargar la Sanidad Pública, para ellos los diabéticos debemos ser unos “vividores” a costa de la Sanidad. Alegra, que al menos, una barbaridad como la que esta señora ha dicho despierte reacciones. Pero aún así no dejemos de recordar que el problema es que una señora, que deja probada su ineptitud y falta de sensibilidad de cara a la sociedad, tenga el cargo que tiene.